CC Santo Domingo de Silos

miércoles, 1 de abril de 2020

2 de Abril, Día mundial del Autismo




Plena inclusión denuncia los ataques verbales contra personas con discapacidad intelectual que practican paseos terapéuticos

En tres semanas de confinamiento, Francisco Téllez, de 43 años, ha pisado solo dos veces con su hijo la calle. No lo hace más no porque su hijo no lo necesite, sino por vergüenza: “Me resulta muy violento salir”. En un recorrido a la manzana de 10 minutos, en repetidas ocasiones, varios vecinos de los edificios colindantes tienen por costumbre increparlos a ambos desde sus balcones, donde nada escapa a su férrea vigilancia: “¡Por qué sacas al niño! ¡Dejad de pasear como si nada!”. Téllez y su hijo Darío, de tres años y con Trastorno Espectro del Autismo (TEA), eran en ese momento los únicos paseantes. Este tipo de comportamientos son una denuncia constante entre personas con TEA y sus familiares y en los que cabe incidir con más ahínco este jueves 2 de abril, Día Mundial de la Concienciación del Autismo. Denuncias de paseantes autorizados, pues el acompañamiento y la asistencia de personas con discapacidad o dependientes fueron de las excepciones que el Gobierno añadió al Real Decreto del estado de alarma el pasado 19 de marzo.

A pesar de ello, los casos de acoso desde las ventanas hacia este colectivo son cada vez más frecuentes. Han llegado a un punto en el que diferentes asociaciones y policías preocupados por la situación han sugerido a los padres con niños con TEA llevar un lazo azul en la mano para identificarse y calmar la ira de los guardianes domésticos de la ley y el orden. Aunque esto pueda resolver el problema durante el confinamiento, los expertos advierten de que puede sentar un peligroso precedente a largo plazo.
Javier Tamarit, psicólogo de Plena Inclusión España y experto en autismo y discapacidad intelectual, explica que poner lazos a estos niños es aumentar el estigma que existe contra esta población. “Este tipo de situaciones hacen que pensemos que el problema son las personas que salen y no las que insultan”, dice Tamarit. “Deberíamos tener confianza en que los padres que salen lo hacen porque sus hijos lo necesitan, y no recurrir a lazos discriminatorios”, explica Tamarit, que cree que el problema subraya un problema de base: a la sociedad aún le cuesta aceptar la diversidad.

“No voy a ponerle un lazo azul a mi hija, sería marcarla como al ganado”, dice Susana Díaz sobre su hija Lucía, de 14 años. Viven en Móstoles, y el primer día que salieron, una señora les gritó, desde el balcón, reclamando el porqué de su breve paseo. “Le expliqué que teníamos que salir porque mi hija tenía una discapacidad, e incluso tuve que mostrar la tarjeta que lo prueba, como si ella fuera la misma policía”, denuncia Díaz, de 48 años.

Al marido de Belén Jurado, de 42 años, le amenazaron hace tres días con matarlo por estar paseando con Lucía, su hija de 12, por el municipio madrileño de Leganés. “Mi hija no habla y no entiende lo que está pasando. Tiene TEA y necesita tener una rutina”, explica Jurado, que ahora tiene miedo de salir con su hija, a pesar de que ella lo necesita y lo tiene permitido, porque ha escuchado que a personas en su misma situación les han tirado huevos, lejía y hasta les han escupido. “Salimos por necesidad, no por gusto”, denuncia Jurado.

Estas conductas se pueden deber a una “mala gestión de las emociones”, según la directora del centro de psicología y psicoterapia Elijo, Sonia Muñoz. “La distancia que nos proporciona el balcón o la ventana nos da sensación de poder. Nos enfada no poder salir a la calle y cuando vemos que otros lo hacen nos hace sentir empoderados para poder criticar y agredir verbalmente a los otros porque, en el fondo, nos sentimos inferiores”, explica Muñoz.

Los encargados de gestionar estas situaciones son los agentes de la policía, muchas veces más comprensivos que los propios vecinos. Lo sabe Miguel Ángel Ramón, que hace días caminaba por la calle con su hija Ares, de nueve años, con TEA y un 70% de discapacidad: tomar el aire fuera de casa brevemente, no más de 10 minutos, es la única manera de calmar sus nervios en mitad de la cuarentena. “La policía me paró en la calle y me preguntó por qué estaba paseando. Yo le mostré el carné de discapacidad de mi hija y me dejaron continuar. No necesitamos vecinos que creen una policía paralela, ya tenemos a la autoridad para que controle la calle”, explica.

Ramón, al igual que todos los testimonios de este reportaje, está en contra de usar un lazo azul para identificar a su hija. Marcar a un niño por tener capacidades diferentes con un color no debería ser la respuesta ante las personas intolerantes, opina. Lo mismo ha dicho la Confederación de Autismo de España, que exige, además, el cese del hostigamiento de los policías de balcón

Artículo completo: EL PAIS

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