CC Santo Domingo de Silos

viernes, 10 de noviembre de 2017

La mentira de los tres meses de vacaciones de los profesores y lo que de verdad oculta

Es uno de los lugares comunes más repetido sobre los docentes, que son considerados unos privilegiados. Pero este desprecio oculta otro importante problema social.

Si quieres tocarle las narices a un profesor, no hay nada mejor que sacar a colación sus “tres meses de vacaciones”. No hace falta ni siquiera añadir el clásico “¡qué bien vivís!” o la coletilla “y luego os quejáis”. Con eso suele ser más que suficiente para echar sal a una herida mucho más profunda, la del progresivo desprestigio de los profesores que tiene en esta apelación a su supuesta vaguería una de sus expresiones más extendidas. 

De igual manera que nadie diría que un abogado solo trabaja las horas que pasa en un tribunal, los profesores dedican el resto de su jornada a otras actividades, desde recibir a padres hasta corregir exámenes, pasando por claustros o guardias.Esa es otra: la del trabajo invisible de los profesores, que los que hemos convivido con ellos hemos podido ver con nuestros propios ojos en forma, por ejemplo, de montañas de exámenes corregidos en largos maratones dominicales o de largas reuniones de evaluación que acaban por la noche. Pongámonos en el absurdo de equiparar el calendario de los profesores con el de otras profesiones: ¿alguien cree que es, ya no factible, sino medianamente razonable que un docente dé ocho horas de clase al día durante 11 meses al año, incluido julio, sobre todo teniendo presente lo que ocurrió el pasado junio durante la ola de calor? ¿Con qué dinero se pagaría?


Las vacaciones son para el verano

Pongámonos ahora en otro supuesto, en el cual, efectivamente, los profesores recogen los bártulos el 21 de junio a las tres de la tarde, el colegio echa el cierre hasta septiembre, y el cuerpo de docentes en su conjunto tiene más de dos meses para ver las nubes pasar. ¿Cuál es exactamente el problema, más allá de la envidia consustancial de la que los funcionarios también han sido víctimas? ¿No se trata, en todo caso, de una aspiración legítima siempre y cuando uno no sea un 'workaholic'? ¿Nos parece mal que un adulto (probablemente con hijos) pueda tener tiempo libre durante el verano o nos parece mal porque nosotros no lo tenemos y preferimos el “mal de muchos”?

Al final, la guerra discursiva contra los profesores en realidad no es más que el síntoma de un problema más profundo, el de la conciliación laboral. O, en otras palabras, qué hacemos con los niños cuando no están en el colegio. Hace un par de semanas, padres furiosos protestaron por que la Escuela Primaria Danemill cerrase sus puertas los viernes al mediodía, básicamente, porque les obligaba a ir a recoger a sus hijos antes. A lo largo del año, los niños ven sus agendas llenas de clases extraescolares, deportes e idiomas con el objetivo, en parte, de tenerlos entretenidos hasta que los padres puedan volver al hogar después de haber hecho un buen puñado de horas extra (no remuneradas) para sus empresas.
El verdadero problema de los profesores o, mejor dicho, de los colegios es que sus horarios no encajan con la jornada laboral de los trabajadores, que se ven obligados a buscar alternativas durante los meses de verano. “A lo mejor debe ser la sociedad la que se adapte al calendario escolar, no la docencia la que se adapte a los padres”, me dice Luis. “Ahí está el centro de la cuestión para mí; deben ser los padres los que luchen por sus derechos, no hacer que el resto pierda los suyos”.

Mientras tanto, asistimos a otra batalla en una guerra que cada día nos suena más: la de un sector profesional contra otro, la del trabajador contra el trabajador, que consideran que la única medida posible es la de igualar a todos por lo bajo. A día de hoy, parece mucho más plausible que los profesores terminen dando clase hasta el 31 de julio, para que los padres puedan seguir trabajado desde el amanecer hasta la noche sin tener que romperse la cabeza con qué hacer con ellos, que se obligue a las empresas a flexibilizar sus horarios e incentivar la conciliación (de verdad, no utilizándola como un arma para contratar solo a personas sin cargas familiares). La próxima vez que sienta envidia por los tres meses de vacaciones del profesor de su hijo, dedique de paso unos segundos a saber qué van hacer este verano sus superiores… y durante cuánto tiempo.

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