CC Santo Domingo de Silos

viernes, 18 de marzo de 2016

El mito de los deberes

Los deberes son, según la Real Academia Española, los ejercicios que, como complemento de lo aprendido en clase, se encargan, para hacerlos fuera de ella, al alumno de los primeros grados de enseñanza. Demasiado largo. Quizá valdría decir que es un complemento en casa de la actividad escolar. La mayoría de los padres tenemos una actitud ambivalente hacia los deberes. Por un lado pensamos que es bueno que nuestros hijos aprendan a estudiar y a trabajar de forma independiente, que refuercen la voluntad y la disciplina y generen el hábito de estudio, que dediquen tiempo a objetos que no tienen una pantalla, que se preparen para lo que es esa magnífica profesión que es ser estudiante. Por otro lado, vemos con temor una carga que aplasta sus pequeños hombros, que les impide jugar, que les hace acostarse tarde, que les encadena a un ambiente de tristeza como si fuera el banco de un galeote y que salpica a toda la familia que tiene que ponerse a revisar divisiones o a colorear y pegar macarrones para poderle meter en la cama de una vez.

Harris Cooper, catedrático de Psicología y director del Programa de Educación de la Duke University ha estudiado el tema de los deberes escolares analizando los estudios científicos publicados al respecto.
La primera conclusión es que hay una correlación entre los deberes y el éxito escolar. Sería por tanto un primer dato significativo: es bueno hacer deberes. La segunda conclusión es que la correlación es clara en los estudiantes de secundaria (en Estados Unidos los que están en los cursos de 7º a 12º) mientras que en los de primaria (de 1º a 6º), no se observan beneficios apreciables. Por lo tanto, la necesidad del trabajo en casa es clara en los de ESO y Bachillerato y bastante mas dudosa en los de primaria. De hecho Cooper ha llegado a decir «No hay ninguna evidencia de que los deberes mejoren el desempeño académico de los estudiantes de primaria». Esa menor eficacia de los deberes en los más pequeños puede tener razones que podrían empujar a mantener las tareas, como que tienen menos hábito de estudio o que les resulta más difícil apartar de su cabeza las distracciones a su alrededor pero los deberes deben encajar como una parte buena y normal de la jornada y no ser un castigo ni para el niño ni para los padres. Lo más importante de esas tareas en la educación primaria es que les encante aprender, que la escuela sea un espacio feliz que se ramifica al hogar, que disfruten haciendo cosas en su cuaderno, que sea grato completar una tarea o resolver un problema y temo que no lo estamos haciendo bien.
La tercera conclusión es importante, demasiados deberes son contraproducentes en estudiantes de todos los niveles y de todas las edades. La pregunta inmediata es ¿cuánto es la cantidad adecuada? Cooper responde con la regla de los diez minutos según la cual, en cada curso, el niño debe destinar diez minutos más. Por lo tanto, un estudiante de cuarto de primaria debería dedicar 40 minutos y uno de segundo de bachillerato dos horas, nunca más. Si la tarea lleva más tiempo a la media de la clase, el profesor debe replanteárselo, no les está haciendo ningún bien. El estudio comprobaba que incluso los estudiantes mayores no conseguían mejores notas por estar más tiempo haciendo deberes en casa. Por lo tanto, los profesores y los colegios que se creen muy buenos por su nivel de exigencia y que lo que en realidad hacen es pedir unas tareas exageradas y absurdas, realmente demuestran poca empatía, nulo criterio y bajo nivel pedagógico. El resultado es que en muchos casos los niños se acostumbran a que los padres estén encima para que hagan los deberes o, directamente, les hagan los deberes para que la pesadilla cese, algo que pasa factura años más tarde, cuando el estudiante tiene que volar solo.


La conclusión final es que se pueden hacer deberes pero de forma muy medida. «Los niños se queman –ha dicho Cooper– la verdad es que todos los niños deberían hacer deberes pero la cantidad y el tipo deberían variar según su nivel de desarrollo y las circunstancias de su hogar. Las tareas de los más jóvenes deben ser cortas, que les lleven a tener éxito sin gran esfuerzo, que involucren ocasionalmente a los padres y, en lo posible, que utilicen actividades que les gusten, tales como sus equipos de deporte o los libros que están leyendo con más ganas». Es decir, que los deberes –un nombre que quizá tampoco es el más apropiado– deberían verse con normalidad y con cierta alegría, con la misma satisfacción que un niño tiene jugando.

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